sábado, 8 de octubre de 2011

EL AMOR DE DIOS MANIFESTADO EN LA CRUZ

Señor, si me das tú la Cruz, con mucho gusto la llevo.

El ateo se pregunta por qué, ante la desgracia; el cristiano no se pregunta por qué, sino para qué, porque sabe que las razones de Dios no podemos alcanzar a entenderlas y renuncia a los porqués para interesarse por los paraqués. Pero el que ama verdaderamente a Dios no se pregunta por qué ni para qué, simplemente se abraza a la Cruz sin preguntar.

Señor, ¿me la has enviado Tú? Bien está. ¿Me vas a dar una piedra cuando te pido pan? ¿Me vas a dar una serpiente cuando te pido un pescado? Si los padres de la Tierra no hacen eso con sus hijos, y somos malos ¿qué no harás Tú, que eres Bueno?

No quiero saber nada, no quiero preguntar nada, no me interesa conocer las razones por las cuales me conviene esta cruz. ¿Me la da mi Padre? Con eso me basta. Buena es. Él sabrá los porqués y los paraqués. Si un niño enfermo en la cama es despertado por su padre y por su madre para tomar un jarabe, ¿preguntará para qué tiene que tomarlo, desconfiado y quisquilloso? No. Se fía de sus padres. Lo que le dan es bueno, es más que bueno, es lo mejor que puede tomar para curarse. Y el niño, adormilado, abre la boca, acepta la cucharada del medicamento y se lo traga. ¿Será acaso veneno? No, porque se lo han dado sus padres. ¿Será acaso un producto que no sirve para nada? No, porque se lo han dado sus padres y ellos saben lo que hacen.

Señor, cargo con una pequeña astilla de tu Santa Cruz, como el Cirineo te descansa un poco en tu Via Crucis. Qué gran honor llevarla un ratito, un trocito de ella. Es un honor que sólo lo reciben los hijos. Cuando uno agoniza, los que están a su alrededor son los hijos, la familia, los que le quieren; si yo estoy participando un poco de la Cruz del Señor, es que soy su familia, es que soy su hijo, señal inequívoca de filiación: estoy ahí porque soy su hijo.

No pregunto, no me interesa ni podría comprenderlo. ¿Me lo das tú, Padre? No quiero saber más. Adelante. Bien está. Y me abrazaré a la Cruz como a un madero en medio de un naufragio, porque esa cruz dolorosa es precisamente la que me va a salvar de hundirme, la que me va a mantener a flote hasta que me recoja el barco del Señor. Un madero duro sí, áspero, pero flota, mientras que una ola suave y fluida me haría ahogarme. Así que muy contento ante la Cruz. Gracias, Señor, con mucho gusto me tomo el jarabe aunque esté amargo, y mil jarabes, me tendrás que detener para que no me tome el frasco entero, como haría San Pedro: "Señor, si es que no me lavas los pies no tienes nada que ver conmigo, no sólo lávame los pies sino la cabeza y todo el cuerpo". Lo que antes rechazaba ahora me lanzo de cabeza, lo abrazo fuertemente en toda su extensión.

No hay almohadón más blando para abrazarse que la Santa Cruz. Las ánimas del Purgatorio sueñan con la Cruz y no la pueden tener, más que los dolores de la purificación, pero esa cruz redentora que salva y que sirve para aliviar la Pasión de Jesucristo, esa no la pueden tener ya. Nosotros la tenemos. Señor, me ato a la Cruz que me envías, con cuerdas, con cadenas, con pegamento, con grapas, con clavos, no quiero que me separen del único tesoro que tengo en la vida, la Cruz. Soy rico, soy millonario porque tengo el diamente refulgente de la Cruz de Jesús. Gracias, Señor, por haberte fijado en tu siervo y hacer en mí maravillas.

(FOTO,JMJ)

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